Estar enamorado es como el secuestro

Así es, el mejor de los secuestros, claro está, pues cada parte de la pareja sufre una especie de síndrome de Estocolmo, reacción psicológica en la cual la víctima desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo con el secuestrador.

Como escribí anteriormente sobre la estabilidad de las parejas vía autocensura, digamos que la libertad se reduce a experimentar con el sexo opuesto únicamente con una sola persona, evitando las infinitas experiencias restantes. Esta situación hace que haya un mínimo de responsabilidad que bien puede ser ignorada (entiéndase mujeriegos) o considerada por quien pretende haber encontrado la felicidad última.

La sola aceptación de dicha responsabilidad hace que haya fuerzas en juego, estas forjan a cada parte de la relación a cuidar algo etéreo y sublime como el amor. A mi opinión, esta situación hace que empiece el síndrome de Estocolmo: la conciencia (si es que existe, cada persona es distinta sobre las responsabilidades) coacciona al amante más sensible a no querer desprenderse de la autocensura para no seguir experimentando con demás personas. «No me imagino mi vida sin ti» (acabando en sonrisa), sería una de las frases más representativas de lo que escribo.

¿Profeta del amor libre? En parte, siempre y cuando las cosas queden bien claras. De hecho, no tiene nada de malo sufrir el síndrome en caso de ser feliz sanamente. Solo incido en la autocensura, que la vida no se acaba allí y que los secuestros emocionales pueden ser los más placenteros, como los crímenes perfectos de dos amantes que, cual villanos de historieta, prometen no escaparse en pleno robo.

Foto: euthman – Fotopedia

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