Del silencio y la soledad

Esperaba el metro en una vacía estación de París cuando me percaté de un logro medio estúpido como revelador. Desde hace semanas no calmaba la soledad mediante la música de mis audífonos. Lo sé, resulta un detalle bastante tonto, pero me hizo pensar sobre los niveles de desconexión que existen en la actualidad.

Salirse de Internet es un primer paso. Apagar la señal del smartphone es otro. ¿Pero privarse de la música, incluso la de la radio? Eso sí que es un reto, porque se trata de evitar el consumo de la tecnología más básica en plena revolución de las telecomunicaciones.

Antes de la llegada del tren, cuyo ruido hacía eco en las paredes del metro parisino, me di cuenta que en el mundo no existe el silencio absoluto, a menos que sea condicionado.

¿Qué tal si el silencio es en realidad un nivel mínimo de decibeles a partir del cual nuestra psique interpreta como la existencia de algo en el entorno? Si esto es verdad, existen entonces ruidos mínimos que los obviamos por considerarlos innecesarios o «no presentes» en nuestra realidad. ¡Pero existen! ¡Por lo tanto, siempre habrá algo que produzca dichos ruidos mínimos!

Pensar de esta manera me provocó una sonrisa imborrable para los días que me aguardaban. Supe desde entonces que mientras no exista el silencio absoluto, nunca podré decir viví completamente solo.

Foto: André Suárez

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