El problema de dejar la cerveza

El mayor problema de dejar la cerveza -o cualquier licor, en general- es que con ella también abandonas a los amigos. Te lo digo por experiencia, aunque reconozco que la regla no es así de radical. Primero, te reclaman y te obligan a beber para compartir el compadrazgo, pese a que ya tomaste el brindis inicial respectivo. Segundo, dejas de figurar en sus listas de teléfonos preferidos para irse en pedo. Tercero, finalmente, eres el último que se entera para planes por fechas especiales, como Año Nuevo y Semana Santa, por el simple hecho que prefieres estar lúcido durante el resto de la noche y sano por la mañana del día siguiente.

Al menos, tengo una buena excusa para no beber en exceso: sufro de cálculos renales. Lástima que, para la calentura del momento, nadie parece importarle cuando se trata de solo pasarla por unas horas. ¡O sea que pasarla chévere por unas horas está por encima de la salud a largo plazo! Cada vez creo parecer más aburrido con esta rutina de buena salud, cual es necesaria por mi condición, pero es difícil explicarla a una generación que chilla como monos en celos en las discotecas y violan bajo consentimiento luego de un marea de copas.

Ser ‘pollo’ debe ser algo que debe apreciarse demasiado. Claro, porque así se ahorra un montón de plata para llegar al mismo estado calamitoso. Viendo las cosas en retrospectiva, he vuelto a ser el mismo párvulo que hacía su noche con solo dos cervezas de 750 ml y con una resaca que dejó de durar horas por días. Lo que si nunca cambiará, sea un vaso, lata, botella o caja de ‘rubias’ bien heladas, es el terror por la mañana sobre qué Judas te delató en Facebook con una etiqueta por la espalda. Eso sí nunca cambiará.

Foto: Jeremy Brooks – Flickr. Bajo licencia de Creative Commons

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